QUIÉN PUEDE VALORARME?
Erase una vez, hace muchos lustros, una joven que deseaba adentrarse en el camino espiritual. Lo había intentado con varios maestros y en diferentes escuelas espirituales y esotéricas, pero de todas lo habían echado por su falta de soltura en las cuestiones espirituales.
Cierto día oyó hablar de un famoso maestro sufí que residía en una ciudad cuyo nombre no recuerdo. La joven pensó que esa persona tal vez era su última oportunidad, así que reunió las energías necesarias y fue a verle. El maestro la recibió en su propia casa con cortesía y le preguntó qué deseaba. La joven dijo:
– “Aprender de ti, deseo iniciarme en el camino espiritual, pero he probado con varios maestros y en varias escuelas y me han expulsado de todos los sitios por mi torpeza y mi falta de aptitudes. Podrías tal vez apiadarte de mi e intentar enseñarme? Buscaré la forma de conseguir el dinero que puedan costar tus enseñanzas”.
El maestro reflexionó un poco y le dijo:
– “Bueno, estoy dispuesto a considerar tu petición, pero antes quiero pedirte un favor”.
– “Dime” -dijo el joven- “haré lo imposible por satisfacer tu deseo”.
Entonces el maestro se quitó un anillo de un metal de color grisáceo, con una piedra rojiza engastada, se lo dio a la joven y le pidió:
– “Ve por la ciudad y vende este anillo. Pero no aceptes por él menos de 20 monedas de plata.”
La aspirante a discípulo miró el anillo con cierta incredulidad, pero se dispuso a cumplir el mandato del sufí con diligencia. Así visitó a cuantos vendían joyas o baratijas en el mercado y les ofreció el anillo; nadie le daba más allá de dos o tres monedas de plata. Sólo un mercader, que se apiadó de ella porque pensó que estaba acuciado por la necesidad -tal era el empeño que la muchacha ponía en la venta del anillo-, llegó a ofrecerle cuatro monedas de plata.
A la noche, derrotada, volvió a la casa del maestro y, cabizbaja, le dijo:
– “Maestro, he ofrecido el anillo a multitud de comerciantes, pero nadie da por él la cantidad que pides; ni siquiera se aproximan a ella”.
El sufí, algo guasón, le comentó:
– “No te preocupes, duerme hoy aquí y mañana lo intentarás de nuevo.”
Y pasó la noche.
Al día siguiente, tras un generoso desayuno, el maestro le entregó un papel a la muchacha con una dirección escrita, y le ordenó:
– “Ve a esta dirección, pregunta por el maestro orfebre que vive en la casa y ofréceselo a él. Pero no le pidas ninguna cantidad. Te ofrezca lo que te ofrezca, no se lo vendas, dile que considerarás su oferta y vuelve a contarme cómo te ha ido.”
La muchacha lo hizo así. Le costó algo dar con el orfebre, pues al parecer no lo conocía mucha gente ni tenía un establecimiento abierto al público. Una vez ante le ofreció el anillo.
El orfebre sacó de su bolsillo un pequeño tubo que tenía una especie de lente en su interior, se lo encajó en el ojo izquierdo y comenzó a examinar con atención el anillo. Al cabo de un rato le dijo:
– “El anillo me interesa, pero no tengo ahora suficiente dinero para pagártelo. Te puedo dar cinco monedas de oro y abonarte otras quince en el plazo de dos meses.”
La joven se fue llena de gozo a casa del maestro, le entregó y le contó lo sucedido. El sufí se lo volvió a colocar en su dedo, miro a la joven a los ojos y le comentó:
– “No tengo ningún interés en vender este anillo, solo quería que intentaras hacerlo tú. Ahora ya sabes que únicamente un buen conocedor es capaz de valorar con justicia sin reparar en las apariencias”.
La muchacha lo miró perpleja. El maestro añadió.
– “Con lo que ahora sabes y lo que has hecho, ya puedo admitirte como discípula. Mañana empezaremos con tu aprendizaje”.
Cuento sufí adaptado por Abu Fran.